A veces, la vida nos coloca frente al océano de nuestro propio pasado, un lugar vasto y profundo donde los recuerdos duermen en la arena, esperando el momento en que las olas los arrastren de nuevo hacia la superficie. Volver a verte fue como pararme al borde de un acantilado sobre el mar, sintiendo el susurro de una marea que había creído calmada, pero que al contacto contigo se convirtió en un poderoso tsunami de emociones. En un instante, la calma se desbordó, inundándome de sensaciones tan familiares como nuevas, despertando viejas historias y creando un oleaje que me sorprendía y me desafiaba.
Ese maremoto interno trajo a la superficie las rocas y los tesoros enterrados de lo que un día fuimos. Me encontré recordando no solo el cariño, sino también la angustia, el miedo y las expectativas no cumplidas. Sin embargo, a diferencia del pasado, esta vez el océano no era un lugar de naufragio. Sentí que esas olas no venían a ahogarme, sino a pulir las piedras afiladas del ayer y convertirlas en arena suave. Me sentía más fuerte, más firme sobre mi propia orilla, capaz de ver las mareas de emociones con serenidad y de encontrar en ti, no solo al amor de mi pasado, sino al ser humano con el que podía reimaginar el presente.
Tu presencia me mostró una verdad sencilla y a la vez poderosa: el tiempo, como el océano, transforma, suaviza y a veces separa para volver a unir con una energía diferente. El reencuentro no fue la tormenta perfecta ni el cierre de una historia; fue una calma inesperada tras el oleaje, una brisa templada que me llenaba de esperanza. Quisiera pensar que, como dos costas que se abrazan a través de las olas, tenemos la oportunidad de ser dos seres evolucionados, diferentes pero conectados, abiertos a la posibilidad de construir algo más fuerte, más profundo, pero sobre todo, más libre.
Por ahora, ambos permanecemos en nuestra propia orilla, contemplando el océano que una vez nos separó y nos vuelve a acercar. No es necesario apresurar el curso de las mareas. El tiempo, y nuestras acciones, decidirán si nuestra historia está destinada a seguir escribiéndose en el mismo horizonte o a ser solo una hermosa marea que dejó su huella en la arena. Hoy, la puerta queda abierta, y el viento lleva consigo la promesa de un viaje compartido hacia nuevas aguas, más maduras, más calmadas y tal vez, si así lo decidimos, hacia una unión renovada.
A través de este reencuentro, me doy cuenta de que el amor, al igual que las mareas, tiene su propio ritmo y dirección. A veces se aleja, otras regresa, y es en ese ir y venir donde aprendo a soltar mis expectativas y a abrazar la realidad de lo que somos hoy. Mi deseo de compañía y cercanía sigue siendo una llama que ilumina el camino, pero ahora veo que el verdadero propósito de esta nueva etapa es sanar, comprender y valorar cada paso de nuestro viaje compartido. Me doy permiso para fluir, confiando en que las olas me llevarán allí donde realmente debo estar.
Tal vez esta historia pueda ser escrita desde un amor más auténtico y pleno, eligiéndonos día a día como compañeros y abrazando la belleza de la unión. O quizá el mar nos lleve por rutas separadas, donde las diferencias imposibles de resolver se conviertan en faros que marcan nuestros caminos independientes. Ambos escenarios tienen su propia verdad y poesía, y confío en que, sea cual sea el curso de nuestras aguas, tendremos el coraje de vivirlo con plena conciencia, sin retener aquello que, en su libertad, ya ha cumplido su propósito.
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